viernes, 25 de mayo de 2012

Educar o amaestrar

Los colores del tiempo por Armando González Escoto
Educar o amaestrar.
Pensar que la grave crisis de valores que vive la sociedad mexicana es responsabilidad del fracaso educativo, es pensar a medias; es suponer que vivimos todavía en aquella edad romántica de los años cuarentas en que el “profe” era el pilar absoluto en que se fincaba el futuro del país; percepción que abonaba ampliamente la emotividad nacional, y se expresaba en películas del más variado talante, hasta llegar incluso a establecer un día nacional dedicado al maestro, con festivales, poesías, declamaciones y ofrecimiento de flores y regalos. Ya no es así.
En primer lugar, la función de educar como un ejercicio que busca sacar lo mejor del individuo para que sea mejor persona, aprenda a vivir en sociedad, y lo haga de manera positiva, ha sido rebasada desde hace decenios por un concepto reductivista que colinda más con la función de amaestrar, es decir, enseñar a las personas a manejar herramientas de toda índole para que la productividad se mantenga en operación, a cambio de lo cual obtendrá un beneficio económico para que haga del salario y de su persona lo que le pegue la gana, sin límites ni condiciones. Privilegiar la capacitación práctica por encima del desarrollo humano social sí ha sido responsabilidad del sistema educativo nacional, no necesariamente de los profesores que, en última instancia, deben ajustarse a impartir los programas que reciben.
Pero en el trabajo de construir la sociedad ya no es el profesor el único elemento, por el contrario, compiten con él y contra él un sinnúmero de nuevas cátedras que todo mundo tiene al alcance de la mano, sin necesidad de desplazarse a ninguna parte, cátedras que los padres de familia proveen a sus hijos desde la menor edad y con la más increíble irresponsabilidad.
También es cierto que las nuevas tecnologías de la información pueden en un momento dado contribuir al descrédito del profesor como referente del saber, toda vez que a través de consultas directas el alumno advierte el grado de preparación y veracidad del docente, mismo que sin embargo se empeña en no capacitarse.
De esta manera las nuevas generaciones se forman frente a múltiples pantallas, altamente competitivas y atrayentes, ejercitando sus habilidades técnicas en todo tipo de juegos electrónicos, que luego llevan a la interacción social con los resultados que estamos observando, al margen de lo que siga diciendo un profesor en la escuela o un padre de familia en su casa.
Es evidente que enfrentar un escenario de estas características exige muchísimo más que la evaluación general del magisterio, aunque pueda ser ésta el inicio de una transformación radical de la función educativa que involucre seriamente a los padres de familia, a los productores de las nuevas herramientas de la información y el entretenimiento, y a otros actores sociales interesados. Solamente pensemos, que si esta transformación comenzara a darse ahora mismo, todavía tendríamos que esperar un mínimo de 12 años para ver los resultados.

Armando González Escoto
armando.gon@univa.mx

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